Se impone, más que nunca, el rigor crítico para desvelar falsas legitimaciones, los nexos artificiales que se establecen entre pasado y presente. Por lo pronto, se trata de penetrar en las entrañas de la construcción de los mitos. Estos nacen y mueren en función de lógicas históricas e ideológicas. La misión del historiador es separar el grano de la cizaña. Los mitos no deben ser otra cosa que objetos históricos en sí mismos examinados bajo el prisma de la razón y desde la exigencia de la honestidad. Se trata de demostrar su relativismo histórico, la multiplicidad de lecturas funcionales que ofrecen a lo largo del tiempo y en función de la identidad de sus intérpretes.

Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado. Premio Nacional de Historia (2012)

... nuestro destino era PRESTAR ATENCIÓN Y DESCANSAR en cada una de las minúsculas revelaciones que se habían ido abriendo a nuestro paso; cada una de las cuales, a su vez, nos aconsejaba no buscar ningún destino, ni mucho menos un destino feliz. Sólo de ese modo se lucha contra la asfixia y la angustia del tiempo y del dueño de la cortinilla; prestando atención a lo que se ENCUENTRA, y no a lo que se BUSCA.

Félix de Azúa en Historia de un idiota contada por él mismo (1986)

Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Ésta es la ilusión y consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! Oh, eso es lo que no sabe nadie!

Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)

History has many cunning passages, contrived corridors
And issues, deceives with whispering ambitions,
Guides us by vanities

T. S. Eliot en Gerontion (1920)


martes, 18 de marzo de 2014

¿Por qué la historia de la historiografía?


Una cosa que no deja de sorprenderme es la reacción que tienen varios profesores cuando les comento que mi tesis es de "historia de la historiografía". A algunos les sorprende la fonética del enunciado. A otros les produce cierta confusión: "historia... de qué?". Entonces me veo obligado a explicar: "historia de las obras de historia y de los historiadores". La cosa parece entonces más clara, pero siguen perplejos. ¿Dónde se encuadra eso? ¿Es historia social, cultural, intelectual?, parecen preguntarse. Incluso algunos llegan a comentar: "¿y no sería mejor trabajar material de archivo?". La pregunta del millón, ¡la pregunta mamporrera!
Aunque esta pregunta es síntoma de varias cosas, para mí es una respuesta que evidencia la incomodidad que los historiadores sienten todavía al mirarse a sí mismos. Pareciera que antes que meterse en jardines reflexivos, prefieren seguir haciendo lo que siempre han hecho en medio de la imperturbable placidez de los legajos polvorientos...  
Pero volvamos a la respuesta. Siempre me ha parecido curioso que se contraponga sin más el material de archivo al examen con las obras historiográficas. Evidentemente, ahí está una distinción clásica: fuentes primarias y secundarias. En primer lugar, ¿qué se entiende por un "archivo"? ¿Acaso sólo es "material de archivo" aquello que está en el archivo, como institución? En segundo lugar, ¿no puede ser un libro de historia una fuente primaria? Si las obras de historia son el producto de una sociedad, ¿acaso estas no permiten comprender un poco cómo aquél historiador entendía su tiempo y su lugar? La historia cultural desde los años 80 ha ido ofreciendo distintas respuestas, a través de metodologías inspiradas en la antropología o la crítica literatura. Hace tiempo que ya sabemos que la investigación social no está limitada a los documentos oficiales...
El asombro de estos profesores me me hace pensar también en otra cosa, más complicada: en la ambigua relación que los historiadores tienen con los problemas teóricos y epistemológicos. Como ya apuntó Julio Arostegui en su fundamental La investigación histórica, los historiadores acostumbran a despreciar la reflexión teórica sobre su disciplina ya que la consideran como distracciones idealistas que lo alejan del trabajo empírico. Por este motivo, los historiadores son osadamente eclécticos en sus planteamientos filosóficos. O dicho de otro modo, la mayoría acostumbran a tener un "cacao mental" que haría partirse de risa a alguien versado en filosofía por las contradicciones, ingenuidades y ocurrencias que son capaces de decir. Aunque yo no sea filósofo, no pude evitar molestarme al escuchar en un congreso que un trabajo de historia busca de "reflejar la realidad". A estas alturas del partido, hablar de la "realidad" como algo que se "refleja" es bastante bobo.
Mi investigación por sí sola no va a solucionar este tema, pero al menos creo que la historia de la historiografía puede servir como una manera de llamar la atención sobre esta problemática ya que se trata de realizar estudios empíricos de cómo se ha realizado la historia. Los filósofos de la historia y de las ciencias sociales raramente hacen incursiones en "estudios de caso". Aunque sus aportaciones siempre son útiles e iluminadoras, lo habitual es ver citados una y otra vez los mismos clásicos de Weber, Marx o Braudel.
Por otra parte, hablar sobre los historiadores y sus libros en términos críticos e "historizantes" puede llegar a molestar a unos. Es sabido que el nacionalismo es una ideología que se nutre de la conciencia histórica de un pasado común. Y los historiadores contribuyen (conscientemente o no) a proporcionar material esencial.  Como ya djo Hobsbawm: Los historiadores somos al nacionalismo lo que los criadores de opio paquistaníes son a los adictos a la heroína, les sumnistramos la materia prima para el mercado. Sin embargo, a la mayoría de los historiadores les molesta que se les considere camellos de opio (o de crack o de marihuana, todas las drogas aquí son duras) y algunos se afanan a negar que a veces en la maleta llevan un alijo de varios kilos. Y de la misma manera, acaban reaccionando como los traficantes cuando son pillados: ¡oficial, soy inocente, le juro que yo no la he puesto ahí! Volviendo a los nacionalismos, a través del análisis de cómo los historiadores escriben la historia se hace posible comprender los mecanismos por los que las interpretaciones nacionalistas acaban por imponerse. Una mirada histórico-crítica al vocabulario y a los razonamientos contenidos en los libros de historia abre la posibilidad de corregir problemas y plantear alternativas. Reconozco que aquí me desplazo a una área más nebulosa, más prospectiva, (y política, en última instancia). Pero al fin y al cabo, decidir que tipo de historia se escribe es algo que concierne básicamente a los historiadores.
Por último, también creo que no es impertinente volver a plantear algunas cuestiones básicas sobre cómo entendemos la disciplina. Aquellos saberes que llamamos humanísticos atraviesan una severa crisis economómica, institucional y de identidad. Su legitimidad se ve cada vez más erosionada por un discurso de la rentabilidad y la utilidad inmediata, vociferado irresponsablemente por aquellos mismos que se dedican a gestionar la educación. En tiempos de crisis, quizás sea sensato plantear una línea de investigación alternativa que incida sobre el propio desarrollo de la disciplina. El trabajo de archivo está bien y es necesario, pero a lo mejor hace falta levantar la cabeza del legajo y mirar por la ventana para preguntarse qué diantres se está haciendo. Sobre todo, cuando ni siquiera se sabe muy bien ni cómo ni por qué se hace.