Se impone, más que nunca, el rigor crítico para desvelar falsas legitimaciones, los nexos artificiales que se establecen entre pasado y presente. Por lo pronto, se trata de penetrar en las entrañas de la construcción de los mitos. Estos nacen y mueren en función de lógicas históricas e ideológicas. La misión del historiador es separar el grano de la cizaña. Los mitos no deben ser otra cosa que objetos históricos en sí mismos examinados bajo el prisma de la razón y desde la exigencia de la honestidad. Se trata de demostrar su relativismo histórico, la multiplicidad de lecturas funcionales que ofrecen a lo largo del tiempo y en función de la identidad de sus intérpretes.

Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado. Premio Nacional de Historia (2012)

... nuestro destino era PRESTAR ATENCIÓN Y DESCANSAR en cada una de las minúsculas revelaciones que se habían ido abriendo a nuestro paso; cada una de las cuales, a su vez, nos aconsejaba no buscar ningún destino, ni mucho menos un destino feliz. Sólo de ese modo se lucha contra la asfixia y la angustia del tiempo y del dueño de la cortinilla; prestando atención a lo que se ENCUENTRA, y no a lo que se BUSCA.

Félix de Azúa en Historia de un idiota contada por él mismo (1986)

Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Ésta es la ilusión y consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! Oh, eso es lo que no sabe nadie!

Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)

History has many cunning passages, contrived corridors
And issues, deceives with whispering ambitions,
Guides us by vanities

T. S. Eliot en Gerontion (1920)


viernes, 28 de febrero de 2014

El diálogo de sordos: 1707 y 2014



Uno de los principales problemas en el debate actual sobre la posibilidad de un referéndum en Cataluña es la falta de un marco común de discusión entre la Generalitat y el gobierno central. Desde Madrid, se ha apelado siempre a la Constitución como marco legal irrompible frente a las pretensiones de autodeterminación. Por otro lado, los partidos favorables a la consulta han partido desde un "dret a decidir" que vendría legitimado por la mayoría social independentista que se ha manifestado en eventos como el 11 de septiembre de 2012 o la Vía Catalana. Por tanto, quedan dos posturas: una "legal" que se erige como inamovible y que defiende la unidad de España, y una "política" que se erige como representante de la auténtica voluntad del pueblo catalán. Las posiciones que han propuesto un punto de encuentro común, (una reforma de la Constutición, la "tercera vía", o un modelo federal) no han prosperado hasta ahora. Quedan por tanto dos lenguajes, dos universos cerrados en sí mismos, cada vez más autorreferenciales.
Ahora bien, me gustaría llamar la atención sobre cómo esta situación de bloqueo se dió en unos términos parecidos entre las Cortes de 1705 y la batalla de Almansa en 1707. No me interesa en lo más mínimo trazar paralelismos, ya que la manera de hacer política en el XVIII tiene afortunadamente muy poco que ver con la actual. Además, eran unos años de una cruenta guerra dinástica por lo que hay que tener en cuenta que la victoria del bando borbónico se decidió por las armas. Lo que sí me interesa destacar es cómo los argumentos que por aquél entonces se utilizaron tanto para justificar como para condenar la derogación de los fueros de la Corona de Aragón se parecen.

El libro Gobernar la ocasión: preludio político de la Nueva Planta de Jose María Iñurritegui es una explicación muy detallada del proceso que llevó a los hombres que rodeaban Felipe V a romper con la estructura polisinodial de la Monarquía Hispánica. El autor utiliza principalmente las cartas que se intercambiaban los diplomáticos y hombres de Estado, aunque también recurre a los tratados políticos publicados en esa coyuntura. Aunque los hombres, los motivos y las palabras sean diferentes, es sorprendente encontrarse con situaciones que se prestan tan fácilmente a la tentación presentista. La vertebración de la monarquía era objeto de una gravísima preocupación, y el estallido de una guerra entre dos reyes que se proclamaban como legítimos no hizo más que agravarla.



Con la lectura del trabajo de Iñurritegui, uno puede comprobar como desde la rebelión de los reinos de Aragón, se fueron rompiendo todos los posibles puntos de acuerdo entre ambas facciones. Los hombres que rodeaban a Felipe V eran conscientes de que era necesario dar un giro radical a la estructura de gobierno de la Monarquía. Melchor de Macanaz fue uno de los individuos que más se esforzó en plantear un modelo de reformas realizable. Jurista de formación y regalista convencido, consideraba que la Monarquía Hispánica era estructuralmente inestable. La guerra de Sucesión y la rebelión de los reinos de Aragón era para él un ejemplo más de la equivocada vertebración del territorio, en la que un rey sin autoridad había de hacer frente a una maraña de jurisdicciones. Según Macanaz, el estallido de una guerra abría la posibilidad de acabar de una vez por todas con una situación de inestabilidad que se había originado con los Reyes Católicos. La solución pasaba por suprimir los privilegios, fueros y constituciones de los reinos de Aragón para imponer las leyes castellanas. El recuerdo de la crisis 1640, que se saldó con la pérdida de Portugal y que hizo peligrar la unidad de la monarquía, todavía estaba presente en los hombres que vivían en los primeros años del siglo XVIII. Las ideas de Macanaz, argumentadas convincentemente, sedujeron a los asesores que rodeaban a Felipe V. Los "decretos de Nueva Planta" empezaban a entonces a cobrar una forma cada vez más nítida.
Esta opinión había calado bastante hondo, y la marcha de los acontecimientos parecía darles la razón. El bando borbónico estaba totalmente convencido de que después de la rebelión de los reinos era necesario dar un castigo ejemplar. Los catalanes, aragoneses y valencianos rompieron el juramento de fidelidad a Felipe V, al nombrar al Archiduque Carlos de Austria como Carlos III de España y al consentir el desembarco de los ejércitos anglo-holandesas en la Península. Tobías de Bourk, un noble irlandés que militó en el bando borbónico y amigo personal de Macanaz, se expresaba así:
Si on profitte bien de cette ocasión c'est l'unique moyen de faire le Roy d'Espagne maître absolu et effectif de ces provinces au liey qu'il n'en avout auparavant que le nom; il pourra y faire vivre ses tropues a discretion pendant quelque temps, désarmer ce peuple inquiet et muttin, abollir leurs extravagants privileges et les obligar à entretenir a l'avenir un certain nombre de troupes (Carta dirigida al Marqués de Torcy, diplomático francés y nieto de Jean Baptiste Colbert, del 30 de septiembre de 1705, Madrid. Citada en Gobernar la ocasión, p. 50, nota 40.).

Ahora o nunca, parece decir. La fidelidad no podía recuperarse. Sólo cabía el derecho de conquista, es decir: atacar, arrasar, castigar a los traidores, e imponer a la voluntad regia. Para los que opinaban como él, este era el momento de hacer que el rey mandase de verdad, fuera de espejismos pactistas. 
Sin embargo, el Consejo de Aragón (el órgano supremo de gobierno de los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña) todavía creía que podía evitarse esto. En las "consultas" con el rey, los diferentes magistrados pidieron repetidas veces al rey que desechase la idea de tratar los territorios como una zona de conquista. Entendían que algún tipo de castigo tendría que haber, pero que no podían fulminarse unos "derechos históricos" de un día para otro. Para ellos, esto equivaldría a romper con la naturaleza contractual sobre la que se levantaba la misma esencia de la Monarquía Hispánica. Sin embargo, pese a esta resistencia, el curso de la guerra acabó llevando a los aristócratas que representaban al reino de Aragón a dejarse de exigencias, y a pedir la clemencia y el perdón del monarca. El 25 de abril de 1707 el ejército del Archiduque se enfrentó al de Felipe V y Luis XIV en los campos de las afueras de Almansa, cerca de Albacete. La victoria del Borbón fue arrolladora. En verano las tropas ya habían ocupado el reino de Valencia y Aragón.
Al leer el trabajo de Iñurritegui uno puede ir siguiendo como el lenguaje utilizado tanto por el Consejo de Aragón como por los felipistas testimonia la quiebra de cualquier consenso. Sin embargo, lo que me interesa destacar aquí es cómo hubo una dinámica parecida a lo que señalaba al inicio de este texto. Había dos discursos políticos, dos maneras de entender la gobernanza de la monarquía que se enfrentaron entre ellas con desastrosos resultados. Por una lado, los felipistas estaban convencidos de que la única soberanía  verdadera era aquella que procedía del rey. Según esta visión, desmantelar los derechos de los reinos era un acto totalmente legítimo, más aún cuando estos habían cometido el delito de rebelión y traición. Abolir las leyes era una manera no sólo de ejercer la soberanía del monarca, sino de instituirla tal y como la entendían aquellos que estaban influenciados por el absolutismo francés. La situación excepcional de guerra civil exigía decisiones excepcionales.
Por otro lado, estaban los nobles y juristas de la Corona de Aragón que se negaban a reconocer esta argumentación. Para ellos, el poder del rey sólo era legítimo cuando era pactado con las Cortes. Si Melchor de Macanaz era el referente intelectual de los felipistas, los de los que deseaban evitar una ruptura traumática eran Pedro de Portocarrero, autor de Theatro Monarchico de España, y Francisco Solanes, autor de El emperador político y Política de emperadores. Según estos, la monarquía había de basarse en el mutuo acuerdo entre los consejos y el dominio real, en una relación "amorosa" entre el señor y sus vasallos. Al igual que Macanaz, acudieron a ejemplos históricos para demostrar que la única manera de sostener la delicada arquitectura del imperio español era mediante la negociación y el pacto.
El Consejo de Aragón llegó a pedir que se considerase una vía "de Estado" para resolver el conflicto: si la abolición de los fueros era inevitable, al menos esta había de hacerse desde un punto de vista "estatal", es decir, como parte de un programa más amplio de reformas, no como un mero castigo. Sin embargo, esto ya era inútil, porque mientras el Consejo realizaba esta solicitud, el secretario de Despacho ya estaba preparando cómo se haría el traslado del sistema jurídicocastellano al reino de Valencia. La administración felipista, consciente de que el cambio de las reglas del juego no sería aceptado por los representantes de los reinos castigados, realizó su plan en secreto y con muy poca transparencia. 
Lo que unos consideraban como evidente e incontestable, no era así para los otros. Para unos, la voluntad del rey estaba por encima del derecho de los territorios. Ni siquiera la clemencia o el perdón tenía lugar: Macanaz y los diplomáticos franceses consideraban que otorgar un indulto a los territorios rebeldes desembocaría más tarde en otra rebelión necesariamente. Michel-Jean Amelot, embajador de Luis XIV en España, llegó a proponer la destrucción de Barcelona como una forma de evitar futuros levantamientos. Para los otros, desmantelar sus constituciones era un acto abusivo de tiranía y prepotencia que rompía con la convivencia de los reinos hispánicos. La rebelión se asumía como un acto de legítima defensa o como una reacción irreflexiva de unos pocos.
Es en este mismo punto donde quiero volver a nuestro presente, en la constatación de dos lenguajes incongruentes e inconmensurables, de dos discursos que se ignoran mutuamente, que sólo buscan apoyos internos y que se desprecian por igual. Al fin y al cabo, tanto en el siglo XVIII como en el XXI continuaba en juego un mismo problema (salvando las distancias): la organización política del Estado español.
Una metáfora que ha tenido un éxito importante entre los que se oponen al referéndum de autodeterminación de Cataluña es la del semáforo en rojo. En la actual Constitución española, pretender la autodeterminación de un territorio es un delito, por lo que sería como querer saltarse los semáforos en rojo. Hasta aquí todo bien, pero resulta cómico cómo los valedores de esta metáfora se empeñan en sacarla cuando justamente lo que está a debate es la conveniencia actual de esas mismas leyes . Siguiendo el rollo del semáforo, el "problema de Cataluña" lo que cuestiona es la validez de todos los signos de tráfico, incluídas las lucecitas del semáforo.
Portadas del 13 de diciembre de 2013
Sin embargo, los "soberanistas" no ayudan mucho a desbloquear el debate con la repetición sostenida del "derecho a decidir" o del mantra "volem votar". El independentismo es un movimiento político que quiere un Estado propio para Cataluña. Si los habitantes de un territorio se sienten partícipes de una nación por motivos culturales, es muy difícil negar esa dimensión. Y no digamos cuando se juntan reivindicaciones políticas y económicas que no han sido resueltas satisfactoriamente, que además afectan a las demás Comunidades Autónomas. 
Sin embargo, la invocación de una mayoría social frente a un gobierno que pretende negarla a partir de la una carta magna inquebrantable es una situación absurda e insostenible. Absurda, porque son dos argumentos incongruentes que no se contestan entre ellos. Insostenible porque ambos amenazan con medidas drásticas si no se hacen caso. En Cataluña, los partidos catalanes favorables a la autodeterminación han puesto fecha a una consulta, aunque en el debate público ha aparecido constantemente la posibilidad una "declaración unilateral" que vendría legitimada por unas elecciones plebiscitarias. Desde Madrid, el gobierno de Rajoy sólo ha llamado a la Constitución, y desde sectores más ultras se propone suspender la autonomía. La "tercera vía" federalizante tiene importantes contradicciones y sus defensores cada vez reciben menos credibilidad. Por tanto, se reducen así las posibilidades de evitar el famoso "choque de trenes".  
En mi opinión, conseguir un lenguaje común sería un objetivo más razonable. No es mi intención defender aquí un supuesto federalismo (bastante imposible de realizar, vista la "experiencia histórica"), sino plantear la necesidad de un punto de encuentro. La confrontación dinástica entre Austrias y Borbones se resolvió por la vía de las armas en 1707, en el contexto de una guerra de alcance europeo y atlántico que en la Península Ibérica acabó en guerra civil. En la actualidad, por fortuna nos encontramos en un contexto muy diferente, donde existe una cosa llamada Estado de derecho, con libertades y constituciones, en el marco de un capitalismo financiero globalizado. Sin embargo, aún con todas estas reservas para no caer en presentismos manipuladores, me resulta bastante inquietante comprobar cómo se repite el mismo esquema del diálogo de sordos.

sábado, 15 de febrero de 2014

El país como negocio



El partido socialista es el partido de los fracasados y los zascandiles como nosotros. Primero quisimos hacer la revolución y al final nos hemos quedado con el Estado del bienestar. Yo voto socialista, por supuesto; los demás son peores. Incluso es posible que el PSOE vuelva a ganar. Pero como ganará por el voto de los inútiles, lo seguirá haciendo fatal y durará poco. Bebió un sorbo de cerveza y continuó: El partido socialista se basa en la falta de ideales. Ni la santa tradición ni la revolución permanente. Sólo gestión y distribución. Poco estimulante, salvo que sea novedoso, como en España. Todo nos parece bien comparado con lo que hemos tenido. Pero cuando nos acostumbremos, veremos que detrás de la práctica diaria no hay nada. Peor aún: le veremos las interioridades al partido y no nos gustarán. Un gobierno sin ideología ha de mantener un nivel muy alto de eficiencia y de honradez, y eso no está al alcance de nadie. En cuanto hayan puesto la casa en orden y la gente vea que poco o nada cambia, vendrán las viejas retóricas y los harán a un lado. Embarcarse con ellos es ir de cabeza al fracaso. Esto por lo que se refiere a los socialistas en general. Aquí el panorama es aún peor. Cataluña es ingobernable. Durante siglos hemos funcionado a nuestro aire, sin estamento político, y no estamos preparados para encajar en una estructura de poder. Estamos acostumbrados a vivir en la periferia de un Estado incompetente y a sobrevivir a base de pactos secretos, acuerdos tácitos y chanchullos disimulados, bajo el velo de un nacionalismo sentimental, autocompasivo y autocomplaciente. En Cataluña la política es un circo de pulgas para un público embrutecido por el fútbol y el virolai. Jordi Pujol entiende la situación y por eso gana y volverá a ganar. Su partido no es tal partido, sino una asociación de hombres de negocios que dirigen el país como lo que es: un negocio.




Eduardo Mendoza, Mauricio o las elecciones primarias, Seix Barral, 2007.