Se impone, más que nunca, el rigor crítico para desvelar falsas legitimaciones, los nexos artificiales que se establecen entre pasado y presente. Por lo pronto, se trata de penetrar en las entrañas de la construcción de los mitos. Estos nacen y mueren en función de lógicas históricas e ideológicas. La misión del historiador es separar el grano de la cizaña. Los mitos no deben ser otra cosa que objetos históricos en sí mismos examinados bajo el prisma de la razón y desde la exigencia de la honestidad. Se trata de demostrar su relativismo histórico, la multiplicidad de lecturas funcionales que ofrecen a lo largo del tiempo y en función de la identidad de sus intérpretes.

Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado. Premio Nacional de Historia (2012)

... nuestro destino era PRESTAR ATENCIÓN Y DESCANSAR en cada una de las minúsculas revelaciones que se habían ido abriendo a nuestro paso; cada una de las cuales, a su vez, nos aconsejaba no buscar ningún destino, ni mucho menos un destino feliz. Sólo de ese modo se lucha contra la asfixia y la angustia del tiempo y del dueño de la cortinilla; prestando atención a lo que se ENCUENTRA, y no a lo que se BUSCA.

Félix de Azúa en Historia de un idiota contada por él mismo (1986)

Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Ésta es la ilusión y consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! Oh, eso es lo que no sabe nadie!

Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)

History has many cunning passages, contrived corridors
And issues, deceives with whispering ambitions,
Guides us by vanities

T. S. Eliot en Gerontion (1920)


jueves, 12 de diciembre de 2013

Lealtad e interés

Para él no había existido otro universo que el de una faena ruda, a veces violenta, siempre indeseable. No había conocido la guerra civil más que como la conocen los niños, como vida natural y juego, como muerte y hambre merecidas, puesto que a los niños no les es posible conocer otra vida anterior o distinta a la que reciben con el bautismo. Tampoco los cuarenta años de dictadura franquista fueron para él una cadena de crímenes y asesinatos y torturas, porque él no conocía otra historia, no otra sociedad, no otra nación que la suya. No vio, no leyó, no le hablaron de nada distinto de lo que veía, leía y oía todos los días en los periódicos, con los amigos, por la radio. Ignoraba por tanto, todo cuanto se apartara un milímetro de su más inmediato entorno y jamás creyó que hubiera otro juicio, otra moral, otra recompensa o castigo que la derivada de la confianza y el interés de sus superiores. El respeto, el agradecimiento o la admiración, no; sólo la confianza o el interés. Ser un hombre de confianza, o de toda confianza, era lo máximo a que se podía aspirar en aquel que para él equivalía al Cosmos.
El dinero era consecuencia de lo anterior. Si uno se ganaba la confianza de los superiores, entonces uno podía ganar dinero. No mucho, sólo un poco. Todavía en 1980 el mucho dinero en manos de un infeliz resultaba peligroso. No porque el dinero fuera más o menos legal, ya que todo el dinero de España era total y rotundamente ilegal, sino porque todavía en 1980 los pobres carecían de permiso para acceder a las grandes fortunas. Si deseaban mantenerse con vida, los pobres debían andarse con ojo para no acumular mucho dinero. El club de los potentados sólo se abrió en 1982. En consecuencia, Lucena se había limitado a llevar un discreto negocio, nada exagerado.

Félix de Azúa, Demasiadas preguntas, Barcelona, Anagrama, 1994, pp. 138-139.


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