Se impone, más que nunca, el rigor crítico para desvelar falsas legitimaciones, los nexos artificiales que se establecen entre pasado y presente. Por lo pronto, se trata de penetrar en las entrañas de la construcción de los mitos. Estos nacen y mueren en función de lógicas históricas e ideológicas. La misión del historiador es separar el grano de la cizaña. Los mitos no deben ser otra cosa que objetos históricos en sí mismos examinados bajo el prisma de la razón y desde la exigencia de la honestidad. Se trata de demostrar su relativismo histórico, la multiplicidad de lecturas funcionales que ofrecen a lo largo del tiempo y en función de la identidad de sus intérpretes.

Ricardo García Cárcel en La herencia del pasado. Premio Nacional de Historia (2012)

... nuestro destino era PRESTAR ATENCIÓN Y DESCANSAR en cada una de las minúsculas revelaciones que se habían ido abriendo a nuestro paso; cada una de las cuales, a su vez, nos aconsejaba no buscar ningún destino, ni mucho menos un destino feliz. Sólo de ese modo se lucha contra la asfixia y la angustia del tiempo y del dueño de la cortinilla; prestando atención a lo que se ENCUENTRA, y no a lo que se BUSCA.

Félix de Azúa en Historia de un idiota contada por él mismo (1986)

Cuando el saber se especializa, crece el volumen total de la cultura. Ésta es la ilusión y consuelo de los especialistas. ¡Lo que sabemos entre todos! Oh, eso es lo que no sabe nadie!

Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)

History has many cunning passages, contrived corridors
And issues, deceives with whispering ambitions,
Guides us by vanities

T. S. Eliot en Gerontion (1920)


lunes, 24 de junio de 2013

La enseñanza de la historia en 1829



El autor, guiado por un principio de filantropía genial y propia del estado que le caracteriza, la publica como el medio más seguro para acabar de exterminar de nuestro patrio suelo el genio infernal de la discordia, siendo constante que la cultura de las ciencias y las artes reconcilia a los hombres, los dulcifica, los morigera y afina, y ellas se alojan solo en los palacios de la paz y de la prosperidad. Pax artium nutrix. Gozando ya de este precioso don que el cielo propicio ha destellado sobre nosotros, cultivemos nuevamente el campo de las ciencias, pero teniendo siempre presente la sabia lección de no dejarnos deslumbrar de luces demasiado brillantes. Evitemos cautelosamente los desvíos del espíritu que pueden adormecer la razón, y para acercarnos a ella con certeza, cobijémonos bajo los auspicios de la Religión, de la sana moral y de las buenas costumbres, banderas sagradas donde siempre hallaremos una égide segura contra el vértigo de las revoluciones y renacerá con suceso la prosperidad de la Patria, la felicidad individual y la gloria y esplendor de los antiguos Españoles

Estas palabras pertenecen a Manuel Merino, fraile benedictino y autor de un manual escolar de historia usado en las escuelas durante el reinado de Fernando VII. El Método nuevo y el más ventajoso para aprender la historia general de la España introducía así el estudio de esta asignatura necesaria para aprender la narración de los sucesos dignos de pasar a la posteridad y las glorias de nuestros antiguos héroes . Este manual impreso en Madrid en 1829 nos ilustra muy bien una etapa de la formación de esta asignatura en las escuelas. Muchos historiadores han escrito sobre la relación entre la relación entre ideología y educación a partir de la construcción del Estado liberal en 1833. Para poder formar ciudadanos obedientes y adecuados a la nueva sociedad hacía falta instruir a los niños en el conocimiento de su madre patria.[1] Sin embargo, el texto que aquí hemos mencionado es anterior a esto y se realizó en unas circunstancias bastante diferentes. Aunque se vislumbran muchas ideas que luego formarán parte del canon posterior, existen otras que evidencian su carácter contrarrevolucionario y apostólico, que hunden sus raíces en el siglo XVIII. Por aquél entonces la Iglesia ejercía un control férreo sobre la educación y había vuelto a los planes de estudio del siglo anterior ¿Cuál era el contexto histórico que dio origen a estas ideas? ¿Por qué habría que tener miedo de las luces demasiado brillantes?

Vista del monasterio benedictino de San Martín (destruido en 1868), en el que Manuel Merino ejercía de mayordomo


Desde 1823, Fernando VII había reinado un período muy complicado, en el que se vio acosado tanto por levantamientos liberales como por motines realistas que tenían sumido el país en un clima violento. Eran años de conservación de lo antiguo y de resistencia contra el cambio, como atestiguan los intentos de reconquistar las colonias americanas por la vía militar. Para comprender este período, llamado posteriormente por los liberales como la Década Ominosa, debemos acudir a los años del Trienio Liberal, ya que ahí se encuentra el germen de esta reacción conservadora.
Los distintos gobiernos que se sucedieron después del pronunciamiento de Rafael del Riego desde 1820 hasta 1823 intentaron implantar los decretos y leyes que se habían propuesto en las Cortes de Cádiz. Medidas como la supresión de las órdenes religiosas, las desamortizaciones, la abolición de los señoríos o la reforma de las provincias se plantearon e incluso se llegaron a aprobar. Sin embargo, la contrarrevolución instigada por los partidarios más absolutistas de Fernando VII y el apoyo a estos por parte de la mayoría de la burguesía moderada otra vez hizo imposible realizar el proyecto liberal de 1812. El golpe final fue la intervención militar acordada en el Congreso de Verona de 1822 por Francia y la Cuádruple Alianza (Rusia, Prusia, Austria e Inglaterra). En abril de 1823, el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis dirigido por el duque de Angulema entraba en España y el 31 de agosto tomaron Cádiz. Una vez asegurado el terreno por la fuerza, el nuevo gobierno de Fernando VII procedió a anular todas las medidas tomadas durante el Trienio Liberal y a reprimir a los partidarios del liberalismo.[2] 
Una de las implicaciones de la anulación de los decretos constitucionales fue el refuerzo de la preponderancia del papel de Iglesia en la educación y la cultura. Como señala Josep Fontana, no puede hablarse de la existencia de un plan ideológico claro y sistemático de los ultrarrealistas o apostólicos.[3] La prioridad era mantener la hegemonía cultural de la Iglesia católica a cualquier precio. Es por ello que sería más preciso hablar de un programa eminentemente defensivo, que por un lado buscaba conservar las instituciones y normas sociales del Antiguo Régimen, y por otro, destruir las ideas liberales e ilustradas que consideraban nocivas para la moral católica.[4] En consecuencia, se restringió la circulación y se prohibieron obras como la Historia crítica de España y de la cultura española del padre Juan Francisco Masdeu, el Informe en el expediente de la Ley Agraria de Gaspar Melchor de Jovellanos, o el Tratado de la regalía de amortización de Pedro Rodríguez de Campomanes. Los libros de ilustrados como Francisco Martínez Marina, Juan Antonio Llorente, Jean Jacques Rouseeau o Voltaire también fueron prohibidos. La censura era realizada por obispos, que elaboraban listas de los libros y opúsculos que habían de ser retirados que luego enviaban al ministro de Gracia y Justicia, Francisco Tadeo Calomarde.[5] 
Durante estos años también se anuló todo lo relacionado con el proyecto educativo del Trienio. El Reglamento general de instrucción pública de 1821 proponía en primer lugar una enseñanza básica universal, una intermedia que sin ser universal fuera de carácter general, y una tercera mucho más reducida pensada para formar algunas profesiones. Durante el trienio liberal, los virulentos debates parlamentarios entre los liberales exaltados y moderados sobre el grado de centralización de esta reforma truncaron la posibilidad de llegar un acuerdo. Además, la urgente crisis fiscal y la falta de recursos tanto materiales como humanos para poner en marcha estas ambiciosas reformas imposibilitaban desde un comienzo su puesta en práctica.[6] 
Con el retorno de Fernando VII, la educación fue puesta casi en su totalidad en manos de la Iglesia, abandonando así la idea de crear un sistema nacional de enseñanza subvencionado por el Estado. La Iglesia fue, en consecuencia, la institución que recibió la misión de uniformizar y controlar tanto al personal como los planes de estudios.[7] A grandes rasgos, pueden distinguirse tres fases a lo largo de esta década: una de represión entre 1823 y 1825; una de regulación, y por última, una fase de estancamiento que se inicia en 1829 hasta la muerte del rey en 1833.[8]
"El viático" (1842) por Leonardo de Alenza


En la universidad fue donde se centraron la mayor parte de los esfuerzos de la contrarrevolución. La derogación de las leyes liberales de 1820 volvió a poner en vigor los planes de 1771 y se hizo necesario obtener un certificado de buena conducta política y religiosa que debía ir firmado por las autoridades civiles y religiosas. El momento crítico de estas medidas fue en 1830, con el cierre de las universidades por el miedo al contagio de las ideas que habían insuflado la revolución que había acabado con Carlos X en Francia.[9] El Consejo Real decretaba en una circular de 1825 que debían cerrarse todas las escuelas y casas de educación privadas que no estuvieran regidas por eclesiásticos o maestros titulados. Estos colegios privados en su mayoría eran laicos, por lo que eran vistos como enemigos de la jerarquía católica. Los maestros de primeras letras también tuvieron que obedecer las medidas de vigilancia y depuración que se aplicaban a los funcionarios civiles y catedráticos de universidad, que también incluían la pureza de sangre y un historial de conducta política. El apoyo a las milicias liberales o incluso la sospecha de opiniones contrarias al régimen eran motivos suficientes para ser apartado de la educación. El Plan y reglamento general del 16 de febrero de ese mismo año establecía las cinco materias que debían impartirse para las primeras letras: doctrina cristiana, leer, escribir, ortografía y aritmética. La legislación regulaba las devociones y los modales que debían tenerse en cada clase. A las niñas sólo les enseñaba la doctrina cristiana, a leer y a escribir, y a realizar actividades como tejer o coser, por lo que se mantenían en un plano de inferioridad. También se intentaron uniformizar sus condiciones laborales pero la diversidad regional lo hacía casi imposible.[10] 
Por último, además del contexto educativo, hay que tener presente que los últimos años de la década de 1820 estuvieron marcados por la violencia y la crisis económica. La situación de endeudamiento crónico de la Hacienda siguió agravándose, y en la primavera de 1827 diversas partidas de ultrarrealistas decepcionados con Fernando VII se levantaron en Cataluña, estableciendo su sede en Manresa. Milicias de voluntarios y grandes grupos de campesinos empobrecidos se oponían a cualquier intento reformista, reclamando la vuelta de la Inquisición. Fueron derrotados en septiembre de ese mismo año, después de durísimos combates. La Guerra de los Agraviados o de los Malcontents terminaba, pero era ya un precedente de los carlistas que pondrán en jaque la construcción del estado-nación liberal pocos años después. 1829 también fue el año en que fracasó la última expedición española enviada a México que pretendía de sublevarla y restaurar el gobierno realista. El contingente dirigido por el brigadier Isidro Barradas tuvo que capitular y el cese de estos intentos por recuperar las colonias fue definitivo.[11] La década ominosa representó un período por el que las clases dominantes optaron por un camino mucho más lento para consolidar sus privilegios y adaptarse al nuevo panorama europeo, un camino que no estuvo falto de conflictos por parte de aquellos que rechazaban cualquier cambio como de los que pretendían reintentar la revolución. 
La enseñanza de la historia no podía mantenerse al margen de este deseo de conservación. Y es por ello que el Método nuevo de fray Manuel Merino ilustra bien el combate por la memoria histórica de la España de los inicios del XIX, lo que le llevaba a juzgar el pasado en los términos de su presente, esto es, en los términos de un catolicismo conservador post-revolucionario. Se critican las costumbres de los primeros pobladores por salvajes, se desprecia la religión y costumbres de los musulmanes y se critican las políticas tomadas por los Austrias por ambiciosas. La Antigüedad y la Alta Edad Media son los momentos de la historia que para el autor mejor representan los peligros de la infidelidad al dios cristiano, haciendo énfasis en el afeminamiento o envilecimiento de las demás culturas invasoras y que pervertían el correcto y natural desarrollo del pueblo español. La legitimidad de este absolutismo pasaba por reforzar su marcado carácter católico y anti-ilustrado. La glorificación del pueblo español que se levantó contra los franceses no era incompatible con la defensa del régimen señorial. El patriotismo equivalía, según este ideario, a defender la herencia de un pasado que tenía su origen en la Reconquista, en las luchas de los verdaderos cristianos contra invasores infieles. Aunque reivindica la razón como una manera de acercarse a la verdad y la virtud, esta puede verse muy fácilmente desviada y solamente la religión puede servir para reconducirla. La violencia producida por el vértigo de las revoluciones ha impedido la vuelta de la riqueza y la felicidad, y esta sólo puede conseguirse mediante la fe cristiana. La educación del pasado, por tanto, es una herramienta civilizadora que instruye en los valores católicos y que ha de disuadir los intentos subversivos.
En la evolución de la historiografía española, los años entre 1823 y 1833 representaron un paréntesis entre el optimismo de después de la guerra contra Napoleón y la eclosión de literatura liberal y romántica de los años de minoría de edad de Isabel II. Este manual escolar nos permite observar qué tipo de historia se enseñaba durante este paréntesis, y por tanto, cuáles actitudes respecto al pasado se veían como correctas. La concepción de España como unidad inquebrantable a lo largo del tiempo, el juicio severo a la ambición de los Austrias, o el peso de la idea providencialista de la historia son rasgos que se mantendrán en la historiografía hasta Cánovas del Castillo. El paso del Antiguo al Nuevo régimen en España es un proceso complejo que todavía no está del todo claro y el estudio de la mirada que sus protagonistas tuvieron hacia su propio pasado es una variable más que nos permite comprenderla con mayor precisión.



[1] Cf. García Cárcel, R. (coord.) La construcción de las historias de España, Madrid, Marcial Pons, 2005; Pérez Garzón, J. S., Manzano, E., López Facal, R., Rivière, A., La gestión de la memoria: la historia de España al servicio del poder, Barcelona, Crítica, 2000; Pérez Garzón, J. S, Cirujano Marín, P.,  Elorriaga Planes, T., Historiografía y nacionalismo español (1834-1868), Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1985. 
[2] Fontana, J., De en medio del tiempo: la segunda restauración española, 1823-1834,Barcelona, Crítica, 2006, pp. 67-84. 
[3] Fontana, op. cit, p. 101. 
[4] Fontana, op. cit, pp. 101-105. 
[5] Fontana, op. cit, pp. 108-109. 
[6] Puelles Benitez, M., Estado y educación en la España liberal (1809-1857): un sistema educativo frustrado, Barcelona, Pomares, 2004, pp. 152-157; Viñao Frago, A., Política y educación en los orígenes de la España contemporanea : examen especial de sus relaciones en la enseñanza secundaria, Madrid, Siglo XXI, 1982, pp. 211-219. 
[7] Viñao Frago, op. cit, pp. 266-268. 
[8] Viñao Frago, op. cit, pp. 276-277. 
[9] Ídem. 
[10] Bartolomé Martínez, B., "Las purificaciones de maestros de primeras letras y preceptores de gramática en la reforma de Fernando VII", en Historia de la educación: Revista interuniversitaria, nº 2, 1983, pp. 251-253 
[11] Fontana, op. cit, p. 255.

No hay comentarios:

Publicar un comentario